miércoles, 9 de mayo de 2012
Contaminación por pesticidas: Obesidad y Diabetes.
Los alimentos contaminados con pesticidas y numerosos productos de uso cotidiano alteran el sistema endocrino predisponiendo a padecer obesidad y diabetes tipo 2.
Los alimentos contaminados con pesticidas y numerosos productos de uso cotidiano (perfumes, plásticos, cosméticos o champús) alteran el sistema endocrino predisponiendo a padecer obesidad y diabetes tipo 2. El efecto es más acusado en la edad adulta si la exposición tuvo lugar en el útero materno. Así lo afirman el Centro de Investigación Biomédica en Red-Fisiopatología de la Obesidad y la Nutrición y el Presidente de la Sociedad Española de Endocrinología y Nutrición, a partir de las investigaciones de las últimas décadas.
El Centro de Investigación Biomédica en Red-Fisiopatología de la Obesidad y la Nutrición (CIBERobn) sigue avanzando en el estudio de los llamados químicos disruptores endocrinos (EDCs), sustancias tóxicas que alteran el sistema endocrino provocando que nuestro cuerpo acumule grasa y no músculo, presentes en los alimentos contaminados por pesticidas y en multitud de productos industriales de uso cotidiano. Para ello, ha tenido en cuenta los numerosos estudios publicados en las últimas décadas que relacionan la pandemia mundial de obesidad y sus patologías asociadas con la exposición cada vez mayor a estos contaminantes.
La mayoría de estos compuestos químicos que, al ser solubles en las grasas, se acumulan en ellas con mayor facilidad, pertenecen al grupo de los contaminantes orgánicos persistentes (COPs): compuestos químicos sintéticos -mayoritariamente pesticidas e insecticidas- de baja biodegradabilidad, que se mantienen durante mucho tiempo en el ambiente y se acumulan en la cadena alimenticia. “De su enorme persistencia nos da una buena idea el hecho de que todavía hoy detectemos DDT en el 88% de la población general, cuando este pesticida se prohibió en 1975”, explica el investigador del CIBERobn y presidente de la Sociedad Española de Endocrinología y Nutrición, Dr. Javier Salvador.
La exposición de todos los seres vivos a estos disruptores endocrinos es universal, ya que se encuentran repartidos por todo el mundo como consecuencia del empleo generalizado de pesticidas en la producción agrícola, y también en la pesca, contaminada por los vertidos de aguas residuales. Además, estos compuestos acumulados en la grasa son transmitidos de madre a hijo, especialmente si la mujer se expone a ellos durante el embarazo y el período de lactancia.
No sólo nos engorda, también nos enferma
La literatura científica es muy amplia en este campo. Uno de los primeros trabajos publicados sobre el tema, recogido por The Journal of Alternative and Complementary Medicine en 2002, apunta cómo ya numerosas investigaciones realizadas en animales en la década de los 70 observaron que estos engordaban por exposición a compuestos tóxicos, como DDT, endrín, lindano, metales pesados (como cadmio y plomo), disolventes, etc., algo en lo que no se reparaba demasiado en aquel momento, ya que la meta de los experimentos era constatar otros efectos, como el riesgo a padecer cáncer, por ejemplo.
La revista Environmental Health Perspectives asociaba en 2007 las concentraciones urinarias de metabolitos de algunos tipos de ftalatos -un grupo de contaminantes muy frecuentes en perfumes, plásticos, cosméticos o champús - con la obesidad y la resistencia a la insulina que precede al desarrollo de la diabetes.
Los científicos creen que estos tóxicos también aumentan el riesgo de dos trastornos muy relacionados con la diabetes: el síndrome metabólico y la resistencia a la insulina. Según el Dr. Salvador, “la obesidad visceral promueve la liberación de ácidos grasos libres que llegan al hígado y contribuyen a generar resistencia a la insulina, lo que favorece la diabetes. La exposición simultánea a varios COP puede contribuir al desarrollo de obesidad, dislipidemia y resistencia a la insulina, los precursores más comunes de la diabetes”.
También hay otros estudios recientes que indican que los plásticos de policarbonato, como el bisfenol A, que se utilizan, sobre todo, en los populares envases plásticos, podrían contribuir a generar diabetes al ser sometidos a altas temperaturas. Una investigación de la Universidad Miguel Hernández de Elche sobre ratas embarazadas expuestas a este compuesto durante los 19 días de la gestación (horrible, sí) concluyó que todas desarrollaron diabetes gestacional. Las crías también acabaron siendo diabéticas a los seis meses de nacer (lo que en seres humanos equivaldría a tener unos 40 años).
Embarazo contaminado, obesidad adulta
En 2003, la revista Toxicological Sciences apuntaba cómo en EEUU un 13% de los niños de 6 a 11 años tenían sobrepeso. Y cómo la tasa se había triplicado en 20 años. Citaban tóxicos como el bisfenol A, el 4-nonilfenol y otros muchos, insistiendo en la importancia del ambiente fetal en el desarrollo de enfermedades adultas. La obesidad podría estar ligada a la presencia en nuestros cuerpos de una serie de sustancias químicas contaminantes, especialmente cuando nos expusimos a ellas dentro del útero materno.
En 2005, un artículo publicado en la revista Birth Defects Research hablaba de los efectos que puede tener durante el desarrollo fetal el contacto con compuestos que son muy contaminantes, lo que se comprobó con la exposición de ratas preñadas a niveles muy bajos del diestilestilbestrol, que produjo casos de obesidad severa cuando las crías llegaron a adultas.
La exposición al aire contaminado en los primeros años de vida genera una mayor acumulación de grasa abdominal y resistencia a la insulina en los ratones, incluso con una dieta normal, según un reciente estudio de la Ohio State University.
¡La obesidad también contamina!
También entre contaminación y obesidad existe una relación bidireccional. Hasta ahora existen numerosos estudios que sugieren que la primera predispone a la segunda, pero el sobrepeso, además de las múltiples enfermedades que puede provocar, tiene un efecto adverso sobre la conservación y sostenibilidad del medio natural.
Así lo demuestran diversos estudios en la materia, como el realizado por la Escuela de Higiene y Medicina Tropical de Londres y publicado en el International Journal of Epidemiologogy en 2009, que reveló que cada persona obesa es responsable, en promedio, de casi una tonelada más de emisiones de dióxido de carbono por año que una persona delgada, lo que significa agregar 1.000 millones de toneladas del gas por año en una población de 1.000 millones de personas con sobrepeso.
Cuando se trata de la ingesta de alimentos, desplazarse en un cuerpo pesado es como conducir un coche grande que consume mucha gasolina.
Sirva como ejemplo en este sentido un estudio del Centro para el Control y Prevención de Enfermedades de EEUU, que calculó que entre 1960 y 2002 se podían haber ahorrado el 0,7% de las emisiones de CO2 y del consumo de combustible si los pasajeros de los vehículos no fueran obesos. Traducido a números, se consumieron más de 3.700 millones de litros de gasolina a mayores por culpa del sobrepeso de esos estadounidenses en esos 42 años.
En este mismo sentido, y sobre la base de los efectos de la reducción ponderal obtenida durante seis meses en un grupo de pacientes obesos con diabetes tipo II, Gryka y cols, en una reciente publicación del International Journal of Obesity, estiman que una pérdida de peso de 10 kg en todos los pacientes con obesidad y sobrepeso en el Reino Unido reduciría en un 1% la emisión de CO2 hasta el año 2020, con las potenciales consecuencias favorables sobre el ahorro energético.
Publicado el 27 Abr, 2012
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