martes, 31 de diciembre de 2019

EL Individuo y La Sociedad - Jiddu Krishnamurti



El individuo y la sociedad

Jiddu Krishnamurti

Cuando para la transformación de la sociedad acudimos a un sistema, estamos tan sólo evadiendo la cuestión, porque un sistema no puede transformar al hombre.
El mundo es lo que ustedes son. Su problema es el problema del mundo. Ese, a no dudarlo, es un hecho básico y sencillo. Pero en nuestras relaciones con uno o con muchos parecemos siempre, en cierto modo, no tomarlo en cuenta. Pretendemos producir alteraciones mediante sistemas o una revolución en las ideas o los valores, basada en tal o cual sistema, olvidando que somos ustedes y yo quienes creamos la sociedad y producimos el orden o la confusión con nuestra manera de vivir. Debemos entonces empezar por lo que está más próximo; tenemos que preocuparnos por nuestra existencia diaria, por nuestros actos, pensamientos y sentimientos de todos los días, los cuales se revelan en el modo de ganarnos la vida y en nuestra relación con las ideas y las creencias. Esa es nuestra existencia diaria, ¿no es cierto? Nos interesa ganarnos el sustento, conseguir un empleo, ganar dinero; nos interesa la relación con nuestra familia, o con nuestros vecinos, y estamos interesados en ideas y creencias. Si examinan ahora sus ocupaciones, verán que ellas se basan fundamentalmente en la envidia y no en la estricta necesidad de ganar el sustento.
la revolución de la sociedad
La sociedad está estructurada en tal forma que es un proceso de constante conflicto, de constante devenir. Todo se basa en la codicia, en la envidia a nuestros superiores. El empleado quiere llegar a ser gerente, lo que muestra que su preocupación no es sólo ganarse el sustento, un medio de subsistencia, sino también adquirir posición y prestigio. Tal actitud, naturalmente, produce estragos en la sociedad, en la convivencia. Más si ustedes y yo nos preocupásemos tan sólo por el sustento, hallaríamos medios de vida justos cuya base no sería la envidia. Ésta es uno de los factores más destructivos que obran en la sociedad, ya que la envidia revela deseo de poder, de posición, y al final conduce a la política. Envidia y política están estrechamente ligadas. Cuando el empleado busca llegar a gerente, conviértese en uno de los factores que engendra la política del poder, que conduce a la guerra. Él es, pues, directamente responsable de la guerra.
Nuestro problema, pues, consiste en saber ¿no es así?- si puede haber una sociedad que sea estática y al mismo tiempo un individuo en quien aquella constante revolución esté realizándose. Es decir, la revolución en la sociedad debe empezar por la transformación íntima, psicológica, del individuo. La mayoría de nosotros desea ver una radical transformación en la estructura social. Esa es toda la batalla que se desarrolla en el mundo: producir una revolución social por medios socialistas o cualesquiera otros. Ahora bien, si hay una revolución social, es decir, una acción con respecto a la estructura externa del hombre, la naturaleza misma de esa revolución social, por más radical que ella sea, es estática si no se produce una revolución íntima del individuo, si no hay una transformación psicológica. De suerte que, para hacer surgir una sociedad que no sea reiterativa estática, que no esté desintegrándose, que esté constantemente viva, resulta imperativo que haya una revolución en la estructura psicológica del individuo; pues sin una revolución íntima, psicológica, la mera transformación de lo externo tiene muy poca significación. Es decir, la sociedad se vuelve siempre cristalizada, estática, por lo cual constantemente se desintegra. Por mucho y muy sabiamente que la legislación sea promulgada, la sociedad está siempre en proceso de descomposición; porque la revolución debe producirse por dentro, no sólo exteriormente.
Creo que es importante comprender esto, y no considerarlo con ligereza. Una vez llevada a efecto, la acción externa ha terminado, es estática; y si la relación entre individuos –que es la sociedad- no es el resultado de la revolución íntima, entonces la estructura social, por ser estática, absorbe al individuo y por lo tanto lo torna igualmente estático, reiterativo. Si se comprende esto, si se percibe el extraordinario significado de ese hecho, no puede tratarse de acuerdo o de desacuerdo. Es un hecho que la sociedad siempre se está cristalizando, que siempre absorbe al individuo y que la revolución constante, creadora, sólo puede ocurrir en el individuo, no en la sociedad, en lo externo. Esto es, la revolución creadora sólo puede tener lugar en las relaciones del individuo, que es la sociedad. Vemos cómo la estructura de la sociedad actual en la India, en Europa en América, en todas partes del mundo, se desintegra rápidamente; y esto lo sabemos dentro de nuestra propia vida. Podemos observarlo cuando vamos por la calle. No necesitamos grandes historiadores para que nos revelen el hecho de que nuestra sociedad se derrumba; y es preciso que haya nuevos arquitectos, nuevos constructores, para crear una nueva sociedad. La estructura debe levantarse sobre nuevos cimientos, sobre hechos y valores nuevamente descubiertos. Tales arquitectos aún no existen. No hay constructores, nadie que observando, dándose cuenta del hecho de que la estructura se desploma, esté transformándose en arquitecto. Ese, pues, es nuestro problema. Vemos que la sociedad se derrumba, se desmorona; y somos nosotros –ustedes y yo- quienes tenemos que ser los arquitectos. Ustedes y yo debemos descubrir de nuevo los valores, y edificar sobre cimientos más fundamentales, más duraderos. Porque si algo esperamos de los arquitectos profesionales –los constructores políticos y religiosos- nos hallaremos precisamente en la misma situación de antes.
la creatividad
Porque ustedes y yo no somos creativos, hemos reducido la sociedad a este caos. Ustedes y yo tenemos, pues, que ser creativos, porque el problema es urgente. Ustedes y yo debemos darnos cuenta de las causas del derrumbe de la sociedad, y crear una nueva estructura que no se base en la mera imitación sino en nuestra comprensión creadora.
¿Por qué, pues, la sociedad se derrumba, se desploma, como sin duda ocurre? Una de las razones fundamentales es que el individuo, ustedes, habéis dejado de ser creadores. Explicaré lo que quiero decir. Ustedes y yo hemos llegado a ser imitativos; copiamos exterior e interiormente. Exteriormente, cuando aprendéis una técnica, cuando se comunican unos con otros en el nivel verbal, tiene naturalmente que haber algo de imitación, de copia. Copio las palabras. Para llegar a ser ingeniero, primero debo aprender la técnica; y luego empleo la técnica para construir un puente. Tiene, pues, que haber cierto grado de imitación, de copia, en la técnica externa. Pero cuando hay imitación interior, psicológica, dejamos por cierto de ser creadores. Nuestra educación, nuestra estructura social, nuestra vida llamada “religiosa”, todo ello se basa en la imitación; es decir, me ajusto a determinada fórmula social o religiosa. He dejado de ser un verdadero individuo; psicológicamente, me he convertido en una simple máquina de repetir, con ciertas respuestas condicionadas, sean ellas las del hindú las del cristiano, las del budista, las del alemán o las del inglés. Nuestras respuestas están condicionadas según el tipo de sociedad, ya sea oriental u occidental, religiosa o materialista. De suerte que una de las causas fundamentales de la desintegración social es la imitación, y uno de los factores desintegrantes es el líder, cuya esencia misma es la imitación.
Para comprender, pues, la naturaleza de la sociedad en vía de desintegración, ¿no es importante investigar si ustedes y yo -el individuo- podemos ser creadores? Podemos ver que, cuando hay incitación, tiene que haber desintegración; cuando hay autoridad, tiene que haber imitación. Y como toda nuestra formación mental, psicológica, se basa en la autoridad, hay que estar libre de autoridad para ser creador. ¿No habéis notado que en los momentos de creación, en esos momentos relativamente felices de interés vital, no hay sentido alguno de repetición, de imitación? Tales momentos siempre son nuevos, frescos, creadores, dichosos. De suerte que una de las causas fundamentales de la desintegración social es la imitación, que es el culto de la autoridad.
¿No es, por lo tanto, un hecho obvio que lo que soy en mi relación con el otro, da origen a la sociedad, y que si no me transformo radicalmente, no puede haber una transformación de las funciones esenciales de la sociedad? Cuando para la transformación de la sociedad acudimos a un sistema, estamos tan sólo evadiendo la cuestión, porque un sistema no puede transformar al hombre; el hombre transforma siempre el sistema, cosa que muestra la historia. Hasta que yo, en mi relación con ustedes, me comprenda a mí mismo, soy la causa del caos, de la desdicha, la destrucción, el miedo, la brutalidad. El comprenderme a mí mismo no es una cuestión de tiempo; puedo comprenderme en este mismo instante. Si digo: “Me comprenderé mañana”, estoy introduciendo caos y desdicha, mi acción es destructiva. Apenas digo “comprenderé”, doy entrada al elemento de tiempo y, de este modo, ya estoy atrapado en la ola del desorden y la destrucción. La comprensión es ahora, no mañana. “Mañana” es para la mente perezosa, floja, para la mente que no se halla interesada. Cuando uno está interesado en algo, lo hace instantáneamente, hay comprensión inmediata, transformación inmediata. Si ustedes no cambian ahora, jamás cambiarán, porque el cambio que tiene lugar mañana es solamente una modificación, no es una transformación. La transformación sólo puede ocurrir inmediatamente; la revolución es ahora, no mañana.
Cuando eso ocurre, uno queda por completo libre de problemas, porque entonces el “yo” no se preocupa acerca de sí mismo; entonces, uno está más allá de la ola de destrucción.
La política
¿Han notado, en los diarios y revistas, el espacio considerable que se dedica a la política, a lo que dicen los políticos y a sus actividades? Por supuesto, se publican otras noticias, pero son informaciones políticas las que predominan; la vida económica y política ha llegado a ser de suprema importancia. Las circunstancias exteriores –confort, dinero, posición y poder- parecen dominar y modelar nuestra existencia. La apariencia exterior –el título, el vestuario, el saludo- , se ha vuelto crecientemente significativa, y el proceso total de la vida ha sido olvidado o deliberadamente postergado. Es mucho más fácil entregarse a actividades políticas y sociales que comprender la vida como un todo, estar asociado con algún pensamiento organizado, con actividades políticas o religiosas, brinda una respetable evasión de las pequeñeces y afanes de la vida cotidiana.
Con un corazón pequeño se puede hablar de grandes cosas y de dirigentes populares: puedes ocultar tu superficialidad con fáciles frases sobre asuntos mundiales; tu agitada mente puede con satisfacción y con popular estímulo dedicarse a propagar la ideología de una nueva o de una vieja religión.
La política es la reconciliación de los efectos; y como la mayoría de nosotros está interesada en los efectos, lo extremo ha adquirido una importancia predominante. Mediante el manipulación de los efectos esperamos crear orden y paz; pero, desgraciadamente, no es cosa tan simple como parece.
La vida es un proceso total, interno tanto como externo; lo exterior afecta definidamente lo interior, pero lo interior invariablemente vence lo exterior. Lo que son, lo exteriorizas. Lo externo y lo interno no pueden separarse y guardarse en compartimentos estancos, porque constantemente están reaccionando entre sí; pero el ansia interior, los móviles y motivos ocultos, son siempre más poderosos.
La vida no depende de la actividad política o económica; la vida no es una mera apariencia externa, así como un árbol no es sólo la hoja o la rama. La vida es un proceso total cuya belleza ha de descubrirse únicamente en su integración. Esta integración no tiene lugar en el nivel superficial de las reconciliaciones políticas y económicas; ella se encuentra más allá de las causas y de los efectos.
Nuestras vidas son vacías, sin mayor significación, porque jugamos con las causas y efectos y nunca vamos más allá, excepto verbalmente. Es por esta razón que nos hemos vuelto esclavos de las incitaciones políticas y de los sentimentalismos religiosos.
Únicamente hay esperanzas en la integración de los varios procesos de los cuales estamos constituidos. Esta integración no adviene por medio de ninguna ideología, o por el seguimiento de alguna autoridad particular, religiosa o política; adviene sólo mediante una amplia y profunda vigilancia. Esta alerta percepción debe penetrar en las capas más profundas de la conciencia y no conformarse con las respuestas superficiales.
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Extracto de La libertad primera y última, Kairos y Comentarios sobre el vivir I, Kier
Jiddu Krishnamurti (1895-1986) fue un conocido escritor y orador en materia filosófica y espiritual. Sus principales temas incluían: revolución psicológica, el propósito de la meditación, relaciones humanas, la naturaleza de la mente y como llevar a cabo un cambio positivo en la sociedad global.
Publicado el 24 Oct, 2013

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