“La guerra no beneficia a nadie, ni siquiera al vencedor”, dice el dicho… y todos están de acuerdo. Entonces, ¿por qué la humanidad peleó tantas guerras sangrientas, especialmente en el último siglo?
El comandante en jefe de la fuerza aérea de la Alemania nacionalsocialista, Hermann Göring, tenía una persuasiva respuesta: “El pueblo no quiere la guerra… ¿Por qué querría un pobre cerdo de granja arriesgar su vida en una guerra cuando lo mejor que puede sacar de ésta, es regresar a su granja en una pieza?”, dijo en los juicios de Núremberg, en una conversación con el periodista Gustave Gilbert, en 1946. “Pero, después de todo, son los líderes del país los que determinan la política y siempre es algo simple arrastrar a la gente, trátese de una democracia, de una dictadura fascista, de un parlamento o de una dictadura comunista”.
Asi que los líderes de países que conducen guerras de agresión o hacen parecer que los ataques preventivos son necesarios para la defensa propia, deben ver algunos beneficios para sí mismos, ya sea más poder o fama o por sacar a la economía local de una depresión. No obstante, no es el dictador nacionalsocialista de Alemania, el dictador comunista de la Unión Soviética o el presidente de Estados Unidos el que más se beneficia –de hecho, muchas veces ellos tampoco se benefician en lo absoluto.
Hay un grupo que siempre se beneficia, sin importar qué lado gane. Es el grupo que financia la guerra a la distancia y recauda el interés a costa de la sangre de los inocentes.
La financiación de las guerras en la historia
Desde el comienzo de los tiempos, el único sector del que los líderes políticos de un país pueden tomar suficiente dinero para gastar en la empresa más ineficiente de la historia humana, es el sector bancario. Ahora y en el pasado, financiar la guerra a través de los impuestos es imposible debido a los devastadores efectos que tiene en la economía y la consecuente reacción popular.
Antes del avenimiento de la banca y el crédito moderno, los reyes necesitaban tomar oro prestado de los orfebres y de la nobleza para equipar sus ejércitos. Y a pesar de que las guerras medievales solían ser largas y brutales, tenían un alcance limitado debido a las restricciones en la financiación, así como la tecnología limitada y el menor tamaño de la población.
Esto cambió con la creación del Banco de Inglaterra en 1694, que era de propiedad privada y permitió al gobierno británico financiar sus esfuerzos de guerra a través de la venta de bonos. El banco central había existido por apenas siete años antes de que el nuevo siglo diera su puntapié inicial con la Guerra de Sucesión Española en 1701.
Los propietarios del Banco de Inglaterra –y cientos de instituciones financieras luego de él–descubrieron que había un límite para los préstamos a empresas productivas que economizan en capital humano y físico. Debido a que la guerra destruye a ambos, su demanda de préstamos y con ello, el potencial de rentas de los bancos, es ilimitado.
La Casa de Rothschild
Mayer Amschel Rothschild, el patriarca de la dinastía bancaria. (Dominio público)
No obstante, pasaron alrededor de 100 años hasta que la financiación de la guerra a través de bancos privados fuera llevada a la perfección por la familia Rothschild. El patriarca de la dinastía bancaria, Mayer Amschel Rothschild, fundó el primer banco en Frankfurt, Alemania, en los años 1760, y luego sus hijos expandieron las operaciones a París, Londres, Viena y Nápoles.
A través de su red bancaria, la familia hizo su primera fortuna durante las Guerras Napoleónicas especulando con dinero del Príncipe Alemán Guillermo de Hesse-Kassel. Se suponía que los Rothschilds lo invertirían en bonos del gobierno británico, pero en cambio lo utilizaron para comerciar materiales de guerra. Luego devolvieron el dinero con el interés que podrían haber ganado de haberlo invertirlo en bonos del gobierno británico, tomando la renta superávit y así violando su deber fiduciario.
No obstante, la familia también ayudó y ganó dinero al contrabandear oro a España a través de Francia para financiar las expediciones del Duque de Wellington en contra de Napoleón, y ofreció préstamos directos al gobierno británico.
Algunos historiadores entonces afirmaron que los Rothschild estaban involucrados en el primer gran episodio de bancos financiando ambos lados de una guerra, cuando, según Robert McNair Wilson, autor de “Promesa de pago”, los bancos en Londres dieron a Napoleón 5 millones de libras para darle una segunda oportunidad en Waterloo. Incluso a pesar de que las probabilidades de que ganara Napoleón eran bajas, históricamente la nación derrotada tendría que cumplir con sus deudas a las financieras internacionales, como ocurrió luego con Alemania después de la Primera y Segunda Guerra Mundial. Las financieras siempre ganan.
Ya sea que los Rothschild hayan quebrado el mercado de bonos del gobierno británico –luego de que recibieran la noticia por anticipado de la victoria de Wellington en Waterloo en 1815– para comprar todos los bonos a bajo costo, o que simplemente los compraran todos debido a la victoria, es algo que sigue en discusión.
Sin embargo, la mayoría de los historiadores está de acuerdo en que la familia Rothschild, debido a sus transacciones durante la guerra, se convirtió en al dinastía más rica del siglo XIX, y muchos estimativos aún la colocan entre las más destacadas familias ricas de la actualidad. Y a pesar de que otros nombres son más populares en las finanzas internacionales del siglo XXI, ¿es una mera coincidencia que el periódico The Economist, propiedad de los Rothschild, siempre está a favor de la guerra por sobre las soluciones pacíficas, sea en Afganistán, Irak, Libia o Siria?
Participación de Estados Unidos
Luego de que los bancos británicos y otros bancos europeos dominaran las financiación en la mayoría de las guerras del siglo XIX, incluida la Guerra de Secesión, los bancos estadounidenses devolvieron el favor en el siglo XX.
John Moody escribió sobre la Primera Guerra Mundial en “Los Maestros del Capital”: “No solo Inglaterra y Francia pagaron sus suministros con dinero provisto por Wall Street, sino que hicieron sus compras a través del mismo medio… Inevitablemente, la casa de [JPMorgan] fue seleccionada para esta importante tarea”.
Soldados de la infantería estadounidense en marcha hacia el Rin en 1918. (Hulton Archive/Getty Images)
“Así, la guerra había dado a Wall Street un rol completamente nuevo. Hasta el momento había sido exclusivamente el cuartel de financiación; [pero] ahora se convirtió en el mercado industrial más grande que el mundo había conocido. Además de vender bonos y acciones, financiar vías férreas y realizar otras tareas propias de un gran centro bancario, Wall Street comenzó a comerciar proyectiles, cañones, submarinos, mantas, ropas, zapatos, carne enlatada, trigo y miles de otros artículos necesarios para la realización de una gran guerra”.
Algunos historiadores, como Robert Ferrell en su libro “Woodrow Wilson y la Primera Guerra Mundial”, incluso acusan al presidente Woodrow Wilson de entrar a la Primera Guerra Mundial para proteger a los bancos estadounidenses de la pérdida de préstamos, en caso de que sus clientes Francia e Inglaterra perdieran la guerra.
Si Ferrell está en lo correcto –y este es un tema discutido– los estadounidenses que votaron por Wilson en 1916 con su plataforma de “no guerra” fueron arrastrados a una guerra que no querían pero que sus líderes estimaron necesaria debido a los nefastos negocios financieros realizados por fuera del escenario público.
Fue, por supuesto, el pueblo de Estados Unidos –y no sus presidentes– el que pagó por esta y por otras guerras, no solo con su sangre sino con impuestos e inflación más altos, a fin de pagar por la deuda gubernamental agregada luego de que terminara la guerra.
La Primera Guerra Mundial fue el conflicto armado más letal de la historia humana, consumió la mayor cantidad de vidas en el período más corto de tiempo. Esto se debió no solo a los avances en la tecnología de guerra, sino también a la suspensión del patrón oro por parte del gobierno. Por lo tanto, los gobiernos podrían tomar prestadas cantidades casi ilimitadas para consumir el capital y el pueblo de sus naciones.
Y a pesar de que el líder de la Alemania en guerra, Guillermo II, tuvo que abdicar, las financieras alemanas, así como las financieras internacionales que habían apoyado a Alemania, quedaron indemnes, dado que el pueblo alemán tuvo que cumplir con la deuda de guerra mediante indemnizaciones e hiperinflación.
Propaganda en los medios de comunicación
En Estados Unidos, de forma similar a The Economist y otros medios de comunicación que actualmente hacen propaganda a la guerra, los periódicos eran instrumentos de los políticos y de las financieras para influenciar la opinión popular hacia la Primera Guerra Mundial, al menos según los comentarios de un observador en el Registro Congresal:
Una copia de la revista The Economist en un puesto de periódicos en Londres el 12 de agosto de 2015. (JACK TAYLOR/AFP/Getty Images)
Los bancos internacionales liderados por Wall Street también fueron instrumentos que financiaron el asenso del régimen nacionalsocialista de Adolf Hitler en los años 1930 en Alemania, e incluso continuaron trabajando con este durante la guerra, como está documentado en los libros “La torre de Basilea” por Adam LeBor y “Wall Street y el ascenso de Hitler” por Antony Sutton.
Sutton escribe: “La cima del sistema era el Banco de Pagos Internacionales [BPI] en Basilea, Suiza. La cima del BPI continuó su trabajo durante la Segunda Guerra Mundial como el medio a través del cual los banqueros –que aparentemente no estuvieron en guerra los unos con los otros– continuaron con los intercambios beneficiosos de ideas, información y planeamiento para el mundo de posguerra”.
Según Sutton, financiaciones similares, así como la transferencia ilegal de tecnología, también ocurrieron durante la Guerra Fría con la Unión Soviética.
Financiación de la guerra hoy
¿Qué cambió hoy? Desafortunadamente, nada sustancial. Los pueblos aún no quieren guerras; no obstante, el consorcio bancario internacional sigue considerándolas una de las empresas más rentables para financiar y por lo tanto frecuentemente presiona a favor de ella en los medios de comunicación principales y contribuye generosamente a los políticos que apoyan la guerra.
En la última elección presidencial, Hillary Clinton, que se postuló con una plataforma de intensificar los conflictos con Rusia en Siria y Ucrania, recibió millones de dólares en donaciones y pagos de grandes bancos por dar conferencias.
En Estados Unidos, los bancos, ya sea directa o indirectamente, financian el gobierno de EE. UU. a través del mercado del Tesoro o la Reserva Federal de propiedad privada.
Un tanque Abrahms de EE. UU. al sur de la ciudad de Najaf en Irak, 23 de marzo de 2003. (Scott Nelson/Getty Images)
A través de la red principal de proveedores, los grandes bancos como JPMorgan y el Bank of America “imprimen dinero”, sin costo, para acreditar la cuenta del gobierno federal y a cambio recibir bonos del Tesoro a una mayor tasa de interés.
Luego se los quedan, los venden al público o los venden a la Reserva Federal, que también imprime dinero sin costo y actualmente es propietaria de casi U$S 2,5 billones de la deuda del gobierno federal.
Los bancos aún se benefician enormemente por la emisión de deuda del gobierno federal y siguen beneficiándose enormemente de guerras como las de George W. Bush –otro adorado de Wall Street– en Irak y Afghanistán, que, según la Oficina Congresal de Presupuesto, costó U$S 2,4 billones en total –solo un poco menos que la cantidad de bonos del Tesoro en los libros de la Reserva Federal.
Así que si los bancos son tan poderosos y la guerra es tan rentable, ¿por qué no tenemos otra guerra mundial? La primera razón es buena: Internet da a los votantes la opción de decidir por sí mismos, en vez de creer en los medios de comunicación de propaganda de la guerra, y este acceso a la información ha resultado en reacciones negativas cuando otra guerra se asoma.
La segunda es menos positiva. Después de los años 1970 y el advenimiento de la globalización, los gobiernos en Occidente descubrieron una forma de agregar incluso más deuda con más conveniencia política, que cuesta menos vidas pero probablemente desperdicia mucho capital a la larga. Esta máquina es llamada la “guerra a la pobreza”, y los bancos también están financiándola con gusto.
Las opiniones expresadas en este artículo son las del autor y no necesariamente reflejan las opiniones de La Gran Época.
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