Las personas no cambian, en realidad nunca fueron como creías.
Escrito y verificado por la psicóloga Valeria Sabater.
Última actualización: 03 marzo, 2022
No sabes muy bien cómo ocurre, pero un buen día, en el acto más sencillo y mundano, acabas abriendo los ojos. Puede que lleves 5 meses o 5 años con una persona, pero de pronto, te das cuenta de cómo es en realidad. Con toda su crudeza. Las personas a veces, no son como creíamos…
Y es ahí donde se rompen muchos de tus sueños, ahí donde se escapan en finas hebras la mayoría de tus ilusiones y esperanzas. Porque has vivido con la máscara de la fascinación o de un amor ciego que te impedía apreciar la auténtica verdad.
Nadie puede conocer en profundidad a las personas. Requiere tiempo, complicidad e instantes claves que nos abren los ojos. Hasta que eso ocurre, muchas veces tendemos a idealizarlas o atribuirles dimensiones extraordinarias; pero poco a poco, van cayendo los velos…
Está claro que en ocasiones, sí que es cierto que las personas pueden cambiar. Nos cambian las circunstancias, las experiencias vividas… No obstante, todos nosotros disponemos de una esencia inconfundible, de un tipo de personalidad, integridad y valores que suelen ser constantes en el tiempo.
En nuestra mano está saber darnos cuenta a tiempo, saber leer en los gestos, saber intuir en las palabras, saber deducir en los actos. En ocasiones el amor es un mal filtro a la hora de ser objetivos, pero ello no quita que como siempre, debamos mantener el corazón abierto y los pies en el suelo. Amarrados a las raíces del equilibrio y la autoprotección.
Las personas no cambian, pero se enmascaran
Al principio todos nos esforzamos por encajar. Son muchas las personas que por ejemplo, intentan cuadrar sus aristas y vacíos particulares con los de sus parejas para que todo sea armónico, perfecto casi…
Ahora bien, muchas de esas uniones se consiguen enmascarando o disimulando carencias propias. O más aún, mostrando virtudes que no son ciertas. Nosotros, por nuestra parte, vemos a la pareja como “un todo” casi idílico sin apreciar máscara alguna
Tarde o temprano aparece la primera decepción. No sabemos cómo, ni entendemos cómo la otra persona ha sido capaz de hacer o decir tal cosa, sin embargo, ha ocurrido y no podemos hacer nada por cambiarlo.
Poco a poco van surgiendo esas situaciones tan reveladoras donde se pone a prueba a las personas. Ahí donde se demuestra su verdadera esencia, su auténtica personalidad.
¿Qué es lo que ha ocurrido? ¿Cómo pueden ser tan diferentes de cómo eran al principio a lo que estamos experimentando ahora? Debemos aceptarlo: no es que hayan cambiado de la noche a la mañana. En realidad, hay personas que no son como creíamos en un principio.
Y el descubrimiento suele ser desolador.
Nuestra resistencia a ver la verdad sobre las personas queridas
¿Cómo aceptar que la persona a quien queremos no es como pensábamos en un principio? Lo creas o no este tipo de situaciones son realidades muy comunes en el día a día, y de hecho no surgen solo a nivel de pareja. Ocurre también entre amistades e incluso entre muchos vínculos familiares.
Las personas no cambian de la noche a la mañana, ni tampoco suelen cambiar con el tiempo. En realidad, es el propio tiempo el que te permite ver la verdad
No existe una fórmula mágica que nos permita ver al segundo cómo son en realidad las personas. De hecho, muchas veces ni siquiera ellas lo saben. Se necesita compartir momentos, experimentar vivencias para que sea la propia vida quien saque a la luz las propias oscuridades y bellezas interiores. Ahora bien, a pesar de ser complicado, hay una serie de aspectos que deberíamos tener en cuenta:
Evita ser tú quien lleve una venda en los ojos
Si ya es común que muchas personas vayan por los salones de la vida cubiertos por sus propias máscaras de seducción virginal, no vale la pena que nosotros, vayamos también con una venda en los ojos.
Evita idealizar. Saca conclusiones a través de las palabras, de los actos, de los gestos y también de los silencios. A una persona se la conoce no por las pancartas que ella misma se corona, sino por los detalles que tú mismo puedes intuir.
No esperes que cambien por ti
Este es un error en el que muchos solemos caer. En ocasiones, puede ocurrir que sepamos de antemano cómo es una persona. Conocemos sus defectos, sabemos que puede hacernos daño… Sin embargo, nos decimos aquello de “con nosotros va a ser diferente: cambiarán”.
Y sin embargo no ocurre, no es frecuente que las personas lleguen a cambiar su forma de ser, sus costumbres, sus necesidades, sus matices. Seguiremos aguardando una espera inútil en la que se mina nuestra autoestima y nuestras esperanzas. Es algo peligroso.
El problema de las personas sinceras es que piensan que los demás también lo son. Por eso nos cuesta tanto ver qué esconden los demás bajo sus máscaras
Cortesía imagen; Catrin Welz-Stein
Fuente: https://lamenteesmaravillosa.com/las-personas-no-cambian-realidad-nunca-fueron-creias/
La sangre nos hace parientes pero la lealtad nos convierte en familia.
Escrito y verificado por la psicóloga Valeria Sabater.
Última actualización: 21 diciembre, 2021
Llegamos a este mundo como caídos de una chimenea. Al instante, nos vemos unidos a una serie de personas con los que compartimos su sangre, sus genes. Una familia que nos hará encajar en sus mundos particulares, en sus modelos educativos, que intentarán inculcarnos sus valores, más o menos acertados…
Todo el mundo tiene una familia. Tener una es algo fácil: todos tenemos un origen y unas raíces. No obstante, mantener una familia y saber cómo construirla, alimentando el vínculo día a día para conseguir que esté unida, es más complicado.
Todos disponemos de madres, padres, hermanos, tíos… En ocasiones grandes núcleos parentales con miembros que, posiblemente, hayamos dejado de ver y tratar. ¿Hemos de sentirnos culpables por ello?
La verdad es que en ocasiones sentimos casi una obligación “moral” por llevarnos bien con ese primo con quien tan pocos intereses compartimos, y que tantos desprecios nos ha hecho a lo largo de nuestra vida. Puede que nos una la sangre, pero la vida no nos encaja con ninguna pieza, así que el alejarnos o mantener un trato justo y puntual no debe suponernos ningún trauma.
Ahora bien ¿qué ocurre cuando hablamos ya de esa familia más cercana? ¿De nuestros padres o hermanos?…
El vínculo va más allá de la sangre
En ocasiones se tiende a pensar que ser familia supone compartir algo más que la sangre o un mismo árbol genealógico. Hay quien casi de modo inconsciente, cree que un hijo debe tener los mismos valores que los padres, compartir una misma ideología y tener un patrón de conducta semejante.
Hay padres y madres que se sorprenden de lo diferentes que son los hermanos entre sí… ¿Cómo puede ser si son todos hijos de un mismo vientre? Es como si dentro del núcleo familiar tuviera que existir una armonía explícita, ahí donde no hayan excesivas diferencias, donde nadie deba salirse del “patrón” y todo esté controlado y en orden.
Ahora bien, algo que debemos tener claro es que nuestra personalidad no se trasmite genéticamente al 100%, se pueden heredar algunos rasgos, y sin duda, el vivir en un entorno compartido nos hará compartir una serie de dimensiones. Pero los hijos no son moldes de los padres, ni éstos van a conseguir nunca que los niños sean como ansían sus expectativas.
La personalidad es dinámica, se construye día a día y no atiende a las barreras que en ocasiones, intenten alzar los padres o las madres. De ahí en ocasiones que aparezcan las habituales desilusiones, los encontronazos, las desavenencias….
Para crear un vínculo fuerte y seguro a nivel familiar, deben respetarse las diferencias, promover la independencia a la vez que la seguridad. Hay que respetar la esencia de cada persona en su maravillosa individualidad, sin poner alambradas, sin sancionar cada palabra y cada comportamiento…
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