El estrés cambia la forma en que el cerebro procesa la información.
Revisado y aprobado por la psicóloga Gema Sánchez Cuevas.
Escrito por Edith Sánchez
Última actualización: 01 enero, 2021
El estrés se ha convertido en uno de los grandes males del mundo actual y las cifras al respecto no dejan de crecer. La ciencia ha venido estudiando los diferentes efectos que ese estado puede provocar en el organismo y cada vez hay más evidencias de que son muy negativos e incluso desastrosos en algunos casos.
Hoy en día se sabe que el estrés cambia la forma en que funciona el cerebro y, de hecho, todo el organismo. Esto, entre otros aspectos, se manifiesta en la manera de procesar la información. Si los episodios estresantes son duraderos o repetitivos, el cerebro termina modificando su estructura.
“Un cerebro positivo es 31 % más productivo que un cerebro en negativo, neutral o estresado”.
-Shawn Achor-
En concreto, el estrés favorece las conductas impulsivas y las pautas de inmediatez en la toma de decisiones. A la vez, reduce los patrones de reflexión y de conciencia. Todo en conjunto afecta el procesamiento y el almacenamiento de la información que proporciona el entorno. El resultado es menos acciones inteligentes y más conductas dispersas y erráticas.
El estrés y el rendimiento intelectual
El estrés altera la forma en la que el cerebro procesa la información y, en consecuencia, el rendimiento intelectual. En principio, el estrés es una reacción física y mental que se activa frente a una posible amenaza. Desde ese punto de vista, estar estresados supone disparar las alertas y, por lo tanto, estar más atentos.
Sin embargo, un estudio llevado a cabo por la doctora Candace Raio, de la Universidad de Nueva York, señala que a diferencia de lo que se cree, el estrés también lleva a que se preste menos atención a los cambios producidos en el medio ambiente. Así mismo, ese sentimiento reduce la flexibilidad para responder a los estímulos externos.
Esto, en otras palabras, significa que una persona estresada es menos capaz de reconocer acertadamente los estímulos que percibe. En términos de aprendizaje, supone una reducción de la capacidad de atención y procesamiento de la información. Para probar su teoría, Raio y su equipo llevaron a cabo un experimento.
El experimento
Los voluntarios del experimento fueron divididos en dos grupos. A los integrantes de un grupo se les conectó a un dispositivo que enviaba una señal eléctrica. A ambos grupos se les presentaron una serie de imágenes; los que estaban conectados recibían un pequeño choque cuando iba a aparecer una imagen de “peligro”.
Mientras esto se llevaba a cabo, se monitorearon los cerebros de los participantes. Se detectó que, al recibir la señal eléctrica, los cerebros aprendieron a prepararse para recibir un estímulo de peligro, en este caso, una lámina que representaba algún tipo de amenaza.
Al día siguiente, los miembros del grupo que había recibido el choque eléctrico tuvieron que meter su brazo en una tina con hielo. Esto desató una sensación de estrés, que se corroboró por la presencia de dos hormonas: cortisol y alfa-amilasa.
Tras vivir esa experiencia, se hizo una sesión similar a la del día anterior. En esta ocasión se cambiaron las láminas, pero se mantuvo el procedimiento: choque eléctrico seguido de imagen de amenaza. Así se detectó que esta vez el cerebro no lograba “prepararse” para recibir el estímulo de amenaza, luego del choque. En otras palabras, no era igual de atento y eficaz frente a los peligros.
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